domingo, 30 de noviembre de 2008

Clampino, il pandemonio di Venezia

Era la tarde lluviosa de aquel 16 de junio de 1713, cuando en una humilde choza en las afueras de Florencia, nacía la partera que ayudaría a traer a este mundo, en 1745, al famoso compositor italiano Guglielmo Bacciomello, quien, junto con Bach, Beethoven y Brahms, forma parte del llamado “grupo de las cuatro B” de la música clásica. Todos ellos se caracterizaron tanto por su virtuosismo como por las innovaciones que aportaron a la disciplina musical; aunque Bacciomello, si bien poco reconocido, merece sin lugar a dudas el primer puesto.
Desde su infancia Bacciomello recibió clases de piano de Johann Christian Bach. Demostrando un gran virtuosismo, recorrió Europa, conociendo a la condesa Leonessa Posta, quien se convertiría en su mecenas. Bajo su protección, Bacciomello compuso la mayor parte de su repertorio operístico. En 1765 contrajo matrimonio con la soprano Succhia Moltopisello, con quien tuvo tres hijos, ninguno de los cuales superó la infancia. Tales pérdidas ejercieron una gran influencia en su estilo compositivo (especialmente en sus últimas obras, como “Bambino Gesú” Op.48). Sorprendido por la prodigiosidad del niño Caspar Gottfried Geräusch, Bacciomello convenció a sus padres de permitirle tomar a su cargo la formación musical del pequeño. Bacciomello falleció en 1795, en Viena, dos semanas después del estreno de su última ópera, “Ipospadia e Higromante”, tragedia épica. Su amigo y copista, Fiano Romano, se encargó de catalogar sus obras.
Es importante el impacto que éste compositor ha tenido en la historia de la música del siglo XVIII. No sólo con sus comedias ligeras, (“Le brutti gastaldi del porto non fano piú che mangiare”, “Fimosi e Parafimosi”), sino también con sus dramas históricos (“Capranico Formina”, “Tutti sanno che presto”), demostró poseer un enorme talento a nivel compositivo. Pero sólo en “Clampino, il pandemonio di Venezia” es posible apreciar el genio creativo de Bacciomello en su máxima expresión.
Es menester analizar dicha obra a fin de encontrar en ella simbología vanguardimetafísica.

A continuación se exhibe una breve sinopsis. Las arias se presentan entre paréntesis.
La obra se sitúa en el ducado de Venecia, alrededor del año 1400 d.C. El duque Bracciano busca un pretendiente digno de desposarse con su grácil hija Pomezia. Su candidato predilecto es el general del ejército veneciano, Frascatti, un hombre violento y tosco en el amor. A pesar de esto el corazón de Pomezia se halla dividido entre un noble caballero, Cerveteri, y un humilde mozo de cuadra, Clampino. En tanto que el primero le ha ofrecido una vida de aventuras y romance, Clampino no tiene para ofrecerle más que su humilde amor (“Io sono il mozzo della quadra”).
Durante una fiesta en el palacio del duque, Pomezia es introducida en el salón como una joven tierna e indecisa. Al verla, Frascatti insiste en que la boda se realice lo antes posible (“Mi piacerebbe sposare Pomezia, possibilmente nel mese di settembre”). Todos, excepto Clampino, ignoran que Pomezia ha huido con Cerveteri (“Sotto le stelle”). Clampino, siguiendo sus impulsos, decide seguirlos.
Al mismo tiempo, son cometidos dos adulterios simultáneos por la pareja ducal: en tanto que Braccianno abandona los brazos de su esposa, cediendo al desenfreno erótico de Aprilia, doncella de su hija (“Andiamo nel giardino e ti mangio la verme”), Manziana, la duquesa, arde en deseo (“Voglio che mi tocchi”), y acaba deshaciéndose en los brazos fornidos de Ceprano, mozo de cuadra y compañero de Clampino. Ceprano reconoce la frescura de la duquesa, y jura amor eterno sin importar lo que diga el duque. En tanto se aleja del palacio, rememora satisfecho los momentos que acaba de pasar en compañía de la duquesa (“Vulva di succhiare le dita”).
Clampino halla a la joven pareja en una gruta cercana. Aunque enfurecido, se rehúsa a batirse con Cerveteri, y declara a Pomezia su amor incondicional (“Se fossi in te, mi renderei conto che io ti amo più di ogni altro tipo”). Antes de que Pomezia tome una decisión, entra en escena Frascatti. Iracundo, desenvaina su espada y combate con Cerveteri. Éste último logra vencerlo sin dificultad. Sin embargo, en tanto se jacta de su victoria, se percata horrorizado de que tiene una profunda herida en el abdomen (“Beh, sono stato pugnalato nel fegato”). Al finalizar el aria, Cerveteri muere desangrado. Mientras Pomezia llora a su amado perdido, Clampino le demuestra lo inútil de preocuparse por aquello que es imposible modificar. La joven enjuga sus lágrimas y acepta una nueva vida con Clampino a su lado (“Vedremo l’alba dopo il buio”). Deciden escapar juntos de Venecia, esa misma noche para ya no volver. Antes de marcharse, se juran amor eterno bajo la luz de la Luna (“Vorrei restare insieme a te”).

Han pasado ya más de dos siglos desde que la obra fue estrenada, en 1791, ante un auditorio rebosante de personalidades de la nobleza y el teatro (entre ellos el Emperador Leopoldo II, del Sacro Imperio). Aún hoy, los críticos no han agotado todas sus posibilidades interpretativas. Hay quienes han querido ver en “Clampino, il pandemonio di Venezia” una alegoría a la sociedad europea de la época, mientras que otros distinguen el carácter cosmopolita de la obra.
El lego, Johann Von Tür, quien dedicó un capítulo de su libro “Große Werke der Theater-Universal” al análisis exhaustivo de esta ópera, opinó que: “…tanto por su contenido fuertemente fustigador, en que el autor traslada su denuncia a cada sector social de la época, como por la inclusión de personajes marginales y simbología nunca antes vistos, se puede decir que estamos ante la presencia, sin duda, de una obra crítica.”

Imagen: “Duelo entre Frascatti y Cerveteri”. Pintura de Giovanni Conigliano. 1798.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Teoría de los Colores de Anarawd Cadell

Cuando Newton sentenció su celebérrima frase: “Si es que he podido ver más lejos, fue porque me he subido a hombros de gigantes”, se refería a grandes escultores del edificio del pensamiento y la cultura, entre ellos Aristóteles, Aristarco de Samos, Euclides y William Anarawd Cadell. Este último fue uno de los primeros en abordar el problema de modelizar la naturaleza de la luz.
La idea de componer un tratado sobre la naturaleza de la luz y los colores surgió con la lectura del libro primero de la Metafísica, de Aristóteles, autor con el que entró en contacto durante su viaje a Medio Oriente. Además pudo allí obtener copias traducidas al latín de Los Elementos de Euclides. Ciertos escoliastas toman como verdadero el relato citado en “Apología De Anarawd Cadell” (Pág. 1138), y consideran que la inspiración le vino en un sueño. La obra resultante recibió el título de “Spectrum Totum Visible Hominum Oculis Videri Possunt”.
Pasando por alto sus obvias deficiencias de coherencia lógica, algunos puntos interesantes y valorados desde el punto de vista histórico de la ciencia son los siguientes:
Si bien considera a los distintos colores como parte de un espectro luminoso, a diferencia de Newton y otros miembros de la Royal Society, William Anarawd Cadell consideró a la luz como compuesta sólo por dos partículas: Umbriones (portadoras de negro) y Lictiones (con color blanco). De esta manera, se arriba a la premisa fundamental sobre la que se sostiene todo el trabajo: que todos los colores del espectro visible no son más que diferentes gradaciones de blanco y negro.
Anarawd Cadell distinguió dieciocho magnitudes medibles o propiedades inherentes al color: altura cromática, delebleza, densidad lumínica, fluoridad, profundidad acústica, timbre tonal, gradación fosfórica, covariancia térmica, independencia armónica, carga líctica, conductividad sinestésica, capacidad apagadora, flujo de dispersión, emitancia retroactiva, receptancia, saturación crítica, vectorización relativa y color.
La teoría además postula la existencia de dos órganos diferentes en los componentes del ojo humano: la esclerótica (vulgarmente conocida como “la parte blanca del ojo”) se especializaría en detectar Umbriones (color negro) mientras que la pupila serviría como sensor de Lictiones (color blanco). Nótese que subyace el concepto de atracción de partículas con cargas opuestas, retomado años más tarde en innumerables oportunidades, sobre todo por Hendrik Antoon Lorentz en la formulación de la Fuerza de Él Mismo (Lorentz, claro está).
El valor histórico atribuido a su obra está justificado por la innovadora idea de crear un sistema de conceptos y magnitudes medibles para la explicación de un fenómeno complejo. En este sentido, y sólo en este sentido, puede considerarse a William Anarawd Cadell un pionero de la Filosofía Natural.

Imagen: Fotografía del manuscrito original elaborado por William Anarawd Cadell. (Nótese el dispositivo, arriba al centro, usado para calcular las resultantes cromáticas.) Gentileza del British Museum of Science and Teosophy, Londres.