sábado, 13 de septiembre de 2008

La escuela de Chelmsford

Hoy en día apenas podemos pensar en filosofía occidental sin mencionar al filósofo inglés William Anarawd Cadell. En efecto, expresiones tales como “igualdad de contrasentidos”, “figurativismo ilógico” y “racionalismo sintético”, frecuentes en todo tratado filosófico serio, provienen de sus obras. Y sin embargo, el pensamiento de este notable hombre de letras tal vez no habría llegado hasta nuestros días, de no haber sido por el esfuerzo de un grupo de intelectuales, generalmente conocido como la “escuela de Chelmsford”. Esta logia vanguardimetafísica, formada en la ciudad inglesa del mismo nombre, alrededor del siglo XIV, se encargó de sintetizar los postulados metafísicos de la obra de Anarawd Cadell, “De Prima Acies Metaphysis”, logrando así una suerte de amalgama entre el pensamiento vanguardimetafísico del maestro inglés y la tradicional filosofía escolástica, representada en las figuras de Santo Tomás de Aquino, y de San Ignacio de Loyola.
No debemos dejar de señalar que, si bien esta escuela estuvo conformada, en un primer momento, por notables intelectuales provenientes de la escolástica misma, buscó no obstante amalgamar distintas corrientes filosóficas, hasta entonces consideradas contrapuestas, en un cuerpo ideológico trascendental, o como lo planteó Thomas Seisyllwg, en su obra “Refutatio omnium haeresium” :“hallar en todas las manifestaciones del espíritu humano la clave de una esencia subyacente que aúne cada dimensión de lo ontológico en una realidad sincrética”
En palabras del notable historiador alemán Johann Von Tür, el auténtico propósito de la escuela de Chelmsford no fue sino “crear un puente entre la comprensión vanguardimetafísica del mundo y la comprensión onto-teológica, típica del pensamiento cristiano medieval. Siendo que la cosmología inaugurada por Anarawd Cadell y perfeccionada por Seisyllwg, arrebataba toda posibilidad de existencia a un Dios de características personales, los intelectuales de Chelmsford pensaron un mundo cuyas categorías estéticas permitieran concebir una entidad superlativa, capaz de abarcar el conjunto de la realidad como si se tratara de un proyecto teleológicamente definido” (“Die Chelmsfordschule”).
La escuela de Chelmsford, aunque constituida por notables integrantes, pertenecientes a todas las ramas del saber, entre quienes se destacan el filósofo crítico Ron Rogers, el teólogo Herman Marley, el alquimista Rapp Scallion, y el médico Kyle Capsize , es tal vez más recordada por los excesos a que sus miembros supieron entregarse. Disipación, abuso de alcohol, interminables orgías en no se hacía discriminación de edad, sexo o condición civil, eran sólo algunos de los vicios que alternaban a sus largas discusiones filosóficas. En el libro “An Evening at Chelmsford ”, el autor inglés Jules Grogham, basándose en documentación de la época, reconstruye hábilmente uno de aquellos encuentros: “llegamos al gran salón donde se desarrolla el simposio. Nada tiene de raro ver a Rapp Scallion, corriendo borracho y sin pantalones de un lado al otro, gritando obscenidades y burlándose del Papa. Kyle Capsize, dormido, con un lápiz en la mano, y a su lado Herman Marley, tocando el violin, con la remera sucia por un vómito espeso que atestigua su largas noches de pecado y lujuria”.
El francés Émile De La Chatouiller, en su libro “Les vices des Antiques” dice: “es sabido que las reuniones de la escuela de Chelmsford solían transcurrir entre los vicios más descarados que un hombre pueda imaginar…se sabe asimismo que los integrantes de dicha logia tenían por costumbre discutir sus asuntos sentados en una mesa circular, dando a entender que ninguno de ellos tenía preeminencia sobre los demás. De aquí viene, si hemos de creer a nuestros filólogos modernos, la expresión “círculo vicioso”, muy usada en la actualidad.
Se sospecha que la "Escuela" continuó existiendo a lo largo de los siglos, como secta filosófica. Entre sus miembros más famosos, han sido sugeridos los nombres de Émile De La Chatouiller, Nicol Édouard Formier, Pierre Lépuc y Mozart.

Imagen: “Escuela de Chelmsford”. Pintura de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. (De Izquierda a Derecha) Ron Rogers, Herman Marley, Rapp Scallion, Kyle Capsize. 1628-1629.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Nicol Édouard Formier, matemático apasionado

Hasta ahora hemos hablado de la influencia de la vanguardia metafísica en arte y letras. Creo que es menester analizar cómo la Vanguardia Metafísica inspiró e influyó a generaciones enteras de notables hombres de ciencia. Entre ellos, Nicol Édouard Formier representa tal vez el caso más notable.

La vida de Nicol Édouard Formier comenzó abruptamente, con su nacimiento el 23 de febrero de 1802. Siendo el único hijo de Joseph Formier y Virginie Caprice, desde pequeño, Formier pudo ser educado en las más diversas áreas del conocimiento como griego antiguo, latín, pintura y música. El niño demostró ser apto en todas ellas, pero sólo una disciplina logró apasionarlo más allá de lo normal: La matemática. Ya desde su temprana lectura de la obra de Anarawd Cadell, Principia Mathematica, el precoz niño tomó la firme decisión de dedicar su vida al algebra y a la aritmética, como puede colegirse de los numerosos extractos de su diario.

Guiado por esta ambición, se entregó al estudio de las obras de los matemáticos más eminentes. A los 13 años fue admitido en el École Polytechnique. Allí conoció a Émile Clapeyron, uno de los fundadores de la termodinámica, y Auguste Croyeaux (físico no tan exitoso como Clapeyron). El joven Formier fue alumno de grandes maestros de renombre mundial como Joseph-Louis Gay-Lussac, Jean-Baptiste Biot y Étienne-Louis Malus. En su decimocuarto cumpleaños, su padre le regaló Introductio in Analysis Infinitorum y Vollständige Anleitung zur Álgebra; dos de las obras más importantes del celebérrimo matemático suizo Leonhard Euler, las cuales lo influenciaron notablemente. Durante los tres siguientes años, Formier desarrollaría todo su aporte a la matemática. Debido a jaquecas cada vez más intensas y prolongadas, el joven debió ausentarse del École Polytechnique de manera definitiva, debiendo permanecer en su mansión de Rue de la Mouette. Allí fue donde entró en contacto con los integrantes de la Escuela de Chelmsford, misteriosa secta vanguardimetafísica de la que presumiblemente formó parte, al tiempo que trabajaba en su sorprendentemente original Analyse Complexe. Fue también allí donde conocería a la única mujer que amó en su vida: Collette Cocotte, una ayudante de jardinero adolescente de figura esbelta y cabellera dorada. El diario personal que Formier mantuvo durante los últimos años de su vida es la fuente más confiable a la hora de conocer sus sentimientos más íntimos. En uno de sus extractos más emotivos y conmovedores se lee:

“¡Ah, Collette! Collette es, sin duda… Collette es… Collette es… me gusta. Y mucho.”

En sus manuscritos, perdidos entre igualdades y gráficas de funciones, pueden apreciarse los miles de corazones con el nombre Collette escritos en el interior de cada uno de ellos. Pero Formier no tardó en probar la amarga hiel del desengaño, al descubrir que la señorita Cocotte, a quien amaba tiernamente, se encontraba prometida al exitoso médico cuadragenario Jacques Poulliére. Desde el momento en que lo supo, a sus 16 años, Formier juntó coraje y se propuso retar a duelo a Poulliére, esperando obtener así el derecho a pedir la mano de Collette Cocotte. Y fue así como al atardecer del día 17 de mayo de 1818, el médico y el matemático se batieron a muerte por el amor de una joven ayudante de jardinero. Formier recibió 23 disparos en el abdomen y falleció esa misma noche, tras una intensa agonía.

Y fue de esa manera que una de las mentes más brillantes de toda Francia se perdía para siempre a la vez que su prolífica producción matemática en el campo del Análisis de Variable Compleja era heredada por las siguientes generaciones. Hoy en día, Formier es mundialmente reconocido como uno de los más brillantes matemáticos del siglo XIX. El asteroide PK1473 fue rebautizado en su honor.

Imagen: “Nicol Édouard Formier a los 16 años”. Jean-Baptiste Corot. 1818.