viernes, 24 de abril de 2009

Frederick Schelgenberg, vanguardimetafísico crítico

En opinión de Christian Ferdinand Christian: “Sólo un impío, un arrogante pusilánime y decadente, un miserable engendro envidioso, sólo un hombre con esas características podría descreer de la grandeza del alma de William Anarawd Cadell.”
Sin embargo, tal impío ha existido. Su nombre fue Frederick Schelgenberg, primer representante de la corriente llamada del “Vanguardimetafisismo Crítico”. Nacido en Stechendefleish, en Prusia Oriental, en el año 1832, Schelgenberg fue desde sus comienzos un polemizador agudo y controvertido, sólo igualado, tal vez, por el propio Anarawd Cadell. Hijo (si hemos de creer a su madre) de un pastor calvinista, se sabe que en un primer momento, el gran filósofo pensó en seguir los pasos de su padre, de su abuelo, y del padre de éste (que no debe ser confundido con el primer padre, es decir, el suyo), dedicándose a la teología, aunque rápidamente abandonó dicho estudio por el de la filosofía, siendo grandemente influenciado por Hegel, en cuya concepción dialéctica de la historia creyó hallar un modelo aplicable al desarrollo de toda la humanidad. Cursó sus estudios en las universidades de Liepzieg, Bonn y Weimar. En 1857, con el apoyo del Ministerio de Asuntos Ocultistas, con sede en Munich, publicó su primer libro: “Der Ursprung der Metaphysik Vorhut”, obra en que realizó un análisis fuertemente crítico de los comienzos de dicho sistema doctrinario, acusando a Anarawd Cadell de ser un ejemplo de la decadencia en el pensamiento medieval, en tanto que resaltaba la importancia de figuras como las de Luigi Mangiaterra, Jack Robins y los miembros de la escuela de Chelmsford (exceptuando a Rapp Scalion, por quien nunca sintió aprecio). Su obra fue mal recibida en los círculos sapientes, pese a ser defendida por algunos eruditos entendidos en la materia. Sin embargo con el tiempo logró ser revalorizada y hoy en día se la considera un clásico de la literatura ocultista, junto a “L’Avant-Garde Métapysique”, “Geschichte die Metaphysik Vorhut” y “Moby Dick”.
Luego de unos años como docente de Filosofía ocultista en la Universidad de Weimar, Schelgenberg abandonó su puesto para dedicarse al vagabundaje, recorriendo y siendo corrido de las principales ciudades de Europa, entre ellas París, Marsella, Roma, Turín, Palermo, Ámsterdam y Moscú, radicándose finalmente en Ginebra, Suiza, ciudad que eligió a causa de su benigno clima, agradable gente y excelente calidad de confituras. Allí escribió y publicó el resto de sus obras: “Die Geschichtegrafik der Ethik”, “Auf der Schneide in einem Metaphysik Vorhut Sinne extra-Welt”, y su obra más conocida: “So ging Konfuzius”. En 1876 sufrió un fuerte golpe en tanto se bañaba, a raíz del cual perdió progresivamente la cordura, llevándolo a finalizar su vida en un asilo para dementes en Frankfurt. Murió en 1879, a la edad de 47 años. Fue enterrado en la ciudad de Berlín, donde años después, en 1938, fue levantado un monumento en su honor, bajo la supervisión de altos jerarcas del Tercer Reich. Se sabe que Hitler fue, entre otras muchas cosas, un atento lector de su obra, de la cual extrajo muchas ideas que le servirían para dar forma a la ideología nazi.
Schelgenberg es recordado, tal vez, como aquel que se planteó antes que nadie la posibilidad de imaginar una Vanguardia Metafísica alejada de la doctrina de Anarawd Cadell y de Thomas Seisyllwg, inspirando los esfuerzos de pensadores futuros como Émile De La Chatouiller. Fue asimismo un poeta bastante competente, a quien debemos las primeras traducciones decentes en alemán de la obra del poeta esotérico español Joaquín Esteban de la Fuente. Un hecho poco sabido es que Schelgenberg fue amigo cercano de la familia Von Tür, a tal punto de figurar en las actas de la capilla de Umpferstedt como padrino de bautismo del futuro historiador Johan Von Tür. El propio Von Tür resalta este hecho con orgullo en sus “Memoiren”, donde se toma la molestia de insinuar que su propia madre pudo haber mantenido alguna clase de relación íntima con el gran filósofo, gozándose en la posibilidad de ser acaso su hijo ilegítimo.

Imagen: Retrato de Frederick Schelgenberg a los 46 años. Fotografía de Jan Ulrich Beere. 1878.